08/05/2024
07:37 AM

Lo que hay en el fondo

Roger Martínez

Resulta repetitivo, pero evidentemente necesario tocar estos temas. Es más, los hechos mismos demuestran que es urgente. El músculo ético de nuestra sociedad se ha debilitado tanto que parecen haberse perdido los límites entre lo bueno y lo malo, el respeto y el irrespeto, la vulgaridad y la corrección en el proceder. Por las redes sociales corren todo tipo de imágenes en las que se manifiesta claramente que hay una crisis formativa en prácticamente todos los ambientes y que asistimos a una suerte de retorno a la barbarie, a las cavernas.

La violencia física y verbal han ganado tanto terreno que cada vez son más frecuentes las agresiones de ambos tipos e, independientemente del nivel de estudios o de la investidura de los ciudadanos, fácilmente nos damos de golpes o nos “bajamos el canasto”. Hay quienes justifican este estado de cosas argumentado luchas ideológicas o ajustes de cuentas históricos, pero la verdad es que lo que hay en el fondo es falta de formación, dejación de deberes de padres y madres de familia y una academia, no importa el nivel, que privilegia la técnica por sobre el humanismo y deja que la calle transmita unos antivalores que no llevan sino a la destrucción de la convivencia civilizada y al ejercicio de la fuerza bruta, del poder en su peor expresión.

Desde que se tiene noticia de escritos sobre ética, hace unos dos mil quinientos años, los pensadores planteaban que la sobrevivencia de la especie humana y de la vida en común depende del seguimiento de unas normas que evitaban los abusos y las imposiciones. Siempre ha habido personas más fuertes o con más medios materiales que otras, y ese hecho obliga a que, para evitar los atropellos, todos nos comprometamos a respetar unas reglas, a comportarnos de tal modo que nos diferenciemos de las bestias. Como los animales, los hombres y las mujeres tenemos instintos, tendencias naturales, pero la imponente diferencia es que nosotros poseemos raciocinio; si nos lo proponemos y nos educamos, somos capaces de autogobernarnos, de controlarnos. Y no se trata de reprimirnos, como podría replicar alguno, sino de encausar nuestras emociones, de “domesticar” nuestras pasiones.

Claro, la adquisición de hábitos éticos, de las clásicas virtudes humanas, requiere esfuerzo, y, antes de ese esfuerzo personal, necesita un clima, un ambiente, en el que se les dé importancia. Y eso es lo que hay en el fondo: una sociedad de la que hemos echado a patadas valores como la tolerancia, el respeto a la diferencia, el principio que señala que nadie está por encima de nadie y que todos tenemos derecho a aspirar a una vida serena, a la paz, a la felicidad.