18/05/2024
06:19 PM

El sueño maternal de Carolina

Renán Martínez

Muy temprano, todos los días, está bajo el semáforo con un legajo de periódicos bajo el brazo izquierdo y un ejemplar alzado con la mano derecha, para ofrecerlo a los conductores que esperan que cambie la luz roja. En ese punto de la autopista norte de San Pedro Sula he visto a Carolina Osorto desde que era una adolescente soltera y sin hijos, sorteando los carros con paso ligero para hacer su trabajo de canillita. Poco a poco los soles mañaneros fueron curtiendo más su piel trigueña mientras adquiría las facciones de una mujer hecha y derecha. Los embarazos se sucedieron a edad temprana para contabilizar tres hijos, a los que sueña darles una profesión universitaria con el producto de su trabajo y el de su compañero de hogar, quien es soldador, aunque los ingresos no son tan buenos como antes para ambos. Las ventas de periódicos impresos decayeron con la llegada de la era digital y él quedó lisiado de una pierna como consecuencia de las esquirlas de bala que quedaron incrustadas en el fémur después de sufrir un asalto en la colonia El Roble. Ahora, el hombre solamente hace trabajos sencillos porque ya no se puede subir a los techos a soldar. Para suplir ese declive económico Carolina se ha visto en la necesidad de vender franelas para limpiar autos, así como agua purificada en bolsas, al mismo tiempo que vende sus periódicos.

Por diez años vivieron en el bordo de Río Blanco en donde vieron no solamente el rostro más áspero de su pobreza, sino también vivieron las inclemencias de la insalubridad, pues, como se asentaron en la parte baja del terraplén, recibían las aguas residuales que provenían de arriba, a consecuencia de lo cual sus hijos frecuentemente sufrían de enfermedades en la piel. Cuando subía el nivel de las aguas del río, a veces a medianoche, la familia tenía que salir de prisa con sus ojos lacrimosos, cargando las cosas elementales para ponerse a salvo. En el populoso asiento humano, tan tupido que se pueden escuchar los lamentos recurrentes de una covacha a otra, compartía penalidades con otras madres, y niñas convertidas en madres a causa de la promiscuidad, las drogas y la paternidad irresponsable. Paradójicamente, los huracanes Eta y Iota salvaron a Carolina junto a su familia de aquellas inclemencias, pues, ante la magnitud de los dos fenómenos naturales, el gobierno reubicó a las familias con mayores riesgos en la colonia La Mina del municipio de Santa Rita, Yoro.

Historias como estas son el reflejo de otras muchas realidades de madres diseminadas a lo largo y ancho del territorio nacional que sufren el azote de la pobreza y la indiferencia gubernamental. Las madres que cargan la cruz del sufrimiento se encuentran en todos lados: soportando silenciosas en el campo, en la fábrica, en las calles gastando zapatos en busca de trabajo, en las grandes ciudades asediadas por la violencia o están en la ruta del migrante rumbo a una patria ajena.

Carolina no sabía que el Congreso Nacional destinó más de 12 millones de lempiras tributados por el pueblo para beneficiar a las madres en su día. El caso es que a cada congresista, propietario y su suplente, con honrosas excepciones, se le entregaron 50,000 lempiras para “brindar ayuda social” en sus respectivos departamentos. De estos dineros tendrían que dar cuenta para que el pueblo se entere de cuántas madrecitas hicieron felices. De lo contrario, seguirá la duda sobre el rumbo que toman los cuantiosos bonos entregados a los parlamentarios bajo cualquier pretexto. Entretanto, madres como Carolina seguirán soñando con un mejor futuro para sus hijos confiando únicamente en sus esfuerzos y “la voluntad de Dios”.