Poco a poco, la población garífuna de la Miami hondureña ha ido desapareciendo. Unos han emigrado y otros se han ido a otras aldeas vecinas como Tornabé o Triunfo de la Cruz en busca de mejor calidad de vida, ya que en la barra no hay ni luz ni agua potable.
La apertura de pozos es vital para el sostén de la comunidad, pero debido a lo cerca que están del mar se saliniza todo el tiempo, haciéndola inservible, al menos para el consumo humano.
Para poder tener agua limpia, los pobladores emprenden constantes viajes de hasta 30 minutos en lancha a comunidades cercanas como Los Cerros (al sur de la laguna) para llevarla en cubetas o barriles a Miami.
Graciela Martínez Cayetano es la cabeza de la única familia garífuna de Miami. Ella vive ahí con sus hijos, y con su negocio de venta de pescado frito y sopas, además de su pulpería, dinamiza la economía del lugar, en el que viven al menos unas 80 personas.
La barra es muy visitada, sobre todo en las tardes por residentes de todo Tela, ya que en la zona se vende buen róbalo y cangrejo.
Unas 150 personas de la comunidad y otras vecinas se adentran todos los días a la laguna Los Micos a extraer los cangrejos, que son capturados con netes, una especie de trampa hecha con parrillas de ventiladores viejos en las que las atrapan poniendo un cebo.
El róbalo frito hace famosa a doña Chela, como le llaman de cariño. Por L250 en su negocio probará el más terso y delicioso de estos especímenes.
El cangrejo se vende por unidad. Cuesta 6 lempiras y se consiguen ejemplares de buen tamaño.